martes, enero 05, 2016

Sobre el estilo en Matadero cinco de Kurt Vonnegut


“m'étant trouvé sur le point
de faire le dernier couac
Arthur Rimbaud

En 1969, Kurt Vonnegut publica Matadero cinco o La cruzada de los niños, veinticuatro años después de haber sido testigo del bombardeo de los aliados a la ciudad de Dresde en 1945. Vonnegut presencia, como prisionero de guerra en un matadero, la catástrofe que culmina la Segunda Guerra Mundial. La novela narra la historia del joven soldado Billy Pilgrim, que muy luego de haber sobrevivido la guerra y el bombardeo y de haber vuelto a su país, es secuestrado por extraterrestres. Seres del planeta Tralfamadore lo secuestran y lo exhiben en un zoológico. Allí conoce la curiosa cultura tralfamadoriana, sus libros, su metafísica, su temporalidad no lineal. A esta última se debe que el relato una y otra vez vaya y vuelva de 1945 a 1968.  Billy Pilgrim regresa a la Tierra despegado del tiempo (“unstuck in time”). Sin embargo, más allá del argumento, mi intención es detenerme en ciertos recursos estilísticos.
Valentín Díaz, en Lecturas del siglo XX: Viaje, límite, umbral (Buenos Aires: Cabiria, 2013, p. 116), ha destacado el efecto del símil que equipara unos peces a submarinos atómicos. Esto sugiere –sigue Díaz– que el narrador está tan marcado por la experiencia traumática como los soldados. Yo quisiera agregar: el aliento a "gas de mostaza y rosas" ("mustard gas and roses"). La expresión se repite tres veces, las primeras dos para describir el aliento del narrador en el primer capítulo introductorio, y la tercera, en el cuarto capítulo, para describir el de un soldado ebrio y anónimo (acaso una puesta en abismo del propio Vonnegut). La guerra graba sus signos en los hombres y las mujeres, en su psique, en su cuerpo, en su aliento.
Me interesan particularmente estas formas que se repiten. En teoría musical, se denomina ritornello a la repetición sin variaciones de una sección o fragmento de la obra. La novela de Vonnegut utiliza varios elementos calificables de ritornellos. A simple vista son tics; bien mirados, son gestos de una potencialidad literaria que queda fuera del ámbito de la denotación y la connotación (pienso en Giorgio Agamben). 

(Dresde tras el bombardeo, 1945)

La frase “So it goes” aparece luego de la mención de cada muerte. Traducida al castellano de diferentes maneras a lo largo de la novela –"Así fue", "Así es", "Así será", etcétera–, pierde su carácter acumulativo. Un total de ciento seis veces la frase se repite, automáticamente, igualando todas las muertes, tanto las naturales como las intencionales; y tanto cuando ocurren a gran escala como en casos ínfimos (desde el bombardeo hasta cuando el narrador repara en la muerte de unas bacterias en una fogata). Ahora bien, esta expresión tiene dos aspectos. Por un lado, refleja la idea tralfamadoriana de que una persona, aunque haya muerto en un momento particular, sigue viva en todos los otros momentos de su vida. Esos momentos no se pierden, sino que coexisten y pueden ser visitados. En este sentido, la frase podría leerse desde la impasibilidad tralfamadoriana ante la muerte. El otro aspecto es de orden psíquico: la frase lleva la imprecisa cuenta de la fuerza acumulada de la muerte. Los cadáveres se apilan. Leemos "So it goes" y la imagen vuelve, cada vez más grande y heterogénea. El lector no logra, con el correr de las páginas, olvidar esa pila de cadáveres, ya anonimados por el tiempo y la desmesura.
Billy Pilgrim ve la ciudad, luego del bombardeo, en ruinas y en silencio. Solo un ave pregunta “Poo-tee-weet?”. Con esa línea ("¿Pío-pío-pi?", en la versión castellana) termina la novela. El canto del pájaro simboliza la carencia de algo inteligente que decir sobre la guerra. Como ninguna palabra puede describir el horror del bombardeo de Dresde, el canto ininteligible (pero cargado de significado: de ahí su tono de pregunta) que se oye en el silencio que sigue a la masacre parece ser un comentario apropiado. Walter Benjamin, en su famoso ensayo “Experiencia y pobreza”, ha señalado que los soldados de la Primera Guerra volvían del frente sin la capacidad de transmitir en palabras lo vivido. La guerra de trincheras resultaba una experiencia demasiado brutal como para que los hombres logren narrarla. En Vonnegut, la guerra en general, y en particular el bombardeo, la destrucción técnica e hiperbólica con que finaliza la guerra, son las experiencias intransmisibles. El narrador nos cuenta que volvió a su casa con la idea de escribir sobre Dresde; luego advirtió que escribir su libro era más difícil de lo pensado, que las palabras no llegaban. Eventualmente, las palabras llegaron (como le llegaron, hacia 1603, a Lord Chandos para decir que no podía decir), pero hay vacíos que no pueden llenarse con discurso, justamente allí donde la experiencia nos vuelve al silencio.
La lista de recursos es extensa. En efecto, una de las virtudes principales de Matadero Cinco es que puede derivarse significado de los elementos más variados, y hasta de los más sutiles. Un ejemplo extremo, por no tratarse de enunciados de naturaleza verbal, son las estrellas que separan las secciones en la novela; las estrellas eran, precisamente, las separaciones que se encontraban en las novelas tralfamadorianas.
Este análisis se centró en dos enunciados de tres segmentos cada uno. El énfasis está puesto sobre lo que falta, lo que no está dicho. Detrás del relato, o más bien, de su estilo, una verdad espera al hermeneuta. La literatura no puede decirlo todo. Matadero cinco es el feliz intento de salvar ese abismo expresivo.

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