domingo, octubre 07, 2012

Funes el memorioso, lector de Joyce





El hallazgo que intentaré comunicar es prodigioso, pero tan sutilmente prodigioso, que corre el albur de ser recibido con liviandad por un lector apurado o, lo que es harto más probable, malogrado por un divulgador incompetente. Ojalá te llegue, lector, algo de su magia.
Sin más, hagamos referencia a la publicación del libro Borges en Sur (Sudamericana, 1999), que reúne un centenar de textos que Borges publicó en la revista de Victoria Ocampo entre 1931 y 1980. Allí se encuentra un “Fragmento sobre Joyce”, publicado originalmente en el número 77 de Sur. El ensayo o nota bibliográfica comienza con las siguientes palabras: «Entre las obras que no he escrito ni escribiré […] hay un relato de unas ocho o diez páginas cuyo profuso borrador se titula Funes el memorioso y que en otras versiones más castigadas se llama Ireneo Funes». Todo lector sensible lee estas líneas con la esperanza de estar frente a algún prodigio. Unas fechas son consultadas y descubrimos que “Funes el memorioso” fue publicado por primera vez en 1942, en La Nación, y esta nota en febrero de 1941.
Borges es generoso con nuestra esperanza. Toda la primera página está dedicada a ese borrador y los pormenores de su argumento. Daré cuenta paso a paso de los datos del borrador y los cotejaré con los del relato ulterior.
Se nos dice (y éste es el primer regalo) que Funes es un compadrito “de Fray Bentos o de Junín”; en la versión terminada, se sabe, la acción transcurre en el primero. De la madre de Funes sabemos, por ambos textos, que era planchadora. Al padre lo llama “problemático”, y dice que tal vez ha sido rastreador. En el cuento, el padre es una figura más compleja, aunque no menos secundaria y lateral; allí leemos: «Algunos decían que su padre era un médico del saladero, un inglés O'Connor; y otros un domador o rastreador del partido del Salto».
Otro dadivoso detalle lo encontramos más adelante, al leer: «Del compadrito mágico de mi cuento cabe afirmar que es un precursor de los superhombres, un Zarathustra suburbano y parcial». En la versión final, la misma línea aparece, enriquecida: «Pedro Leandro Ipuche ha escrito que Funes era un precursor de los superhombres, "un Zarathustra cimarrón y vernáculo"».

Mauricio Nizzero, Funes el memorioso

Una frase demasiado extensa aparece casi idéntica en ambos textos, siendo las diferencias demasiado menores como para transcribirla aquí (por ejemplo, el inciso «todas las hojas y racimos que comprende una parra» aparece en el cuento como «todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra»).
El segundo mayor regalo (dejamos el mayor para el final) está en una escena descripta en la nota, que nunca llegó al cuento: «En la niñez, lo han expulsado de la escuela primaria por calcar servilmente un par de capítulos, con sus ilustraciones, mapas, viñetas, letras de molde y hasta con una errata». La imagen es feliz y en seguida se verá por qué Borges debió eliminarla.
En el cuento final, Funes, aunque ya era un muchacho singular, consigue su memoria perfecta luego de un accidente a caballo (y a causa de él), que lo deja tullido. Pero Borges tardó mucho en dar con ese detalle que resuelve y cierra el cuento. En el borrador se nos informa de una ridiculez: «Es increíblemente haragán, ha pasado casi toda la vida en un catre, puestos los ojos en la higuera del fondo o en una telaraña». El catre, la higuera y la telaraña llegan al cuento, pero como una digna consecuencia del accidente, no de una haraganería caprichosa. Sin duda, el dato del accidente es lo último que Borges imaginó y sin él no tendríamos ningún Funes, excepto el de este perfil borroneado en una nota sobre un escritor irlandés. Por eso la expulsión de la escuela primaria fue eliminada de su semblanza: porque la memoria infalible no llega hasta después del accidente, siendo un muchacho de diecinueve o veinte años. También nos enteramos en el borrador de que nadie comprende a Funes hasta su velorio, en el que los vecinos conversan sobre el difunto y “alguien facilita la explicación”. En el cuento, el velorio no es mencionado.
Los creadores de ficciones obran de un modo misterioso. Unas líneas generales empiezan a serles evidentes. Las trabajan y las ordenan, las ubican en tiempo y lugar, las enriquecen con detalles circunstanciales. Pero a veces el relato no se cierra, a veces hay problemas en la estructura del argumento. Luego, a lo mejor, en la desprevenida mañana o entre sueños, los asalta la solución de todos los problemas de su historia. Y la historia nace. 
No puedo no copiar unas líneas de Samuel Johnson, escritas en su Vida de Milton: «Interesa contemplar las grandes obras en estado de simiente, preñadas con las posibilidades latentes de la futura excelencia; y no podría haber mayor deleite que seguir su gradual crecimiento y expansión, observar cómo a veces adelantan inesperadamente, gracias a rasgos fortuitos, y otras veces en cambio progresan con lentitud, merced a una meditación constante».