sábado, mayo 21, 2011

Obras completas de Almafuerte



A Daniel González Dueñas


Borges dijo de Lugones que “rara vez un sentimiento fue el punto de partida de su labor”. Es posible concebir a Almafuerte como el opuesto de Lugones. Para empezar a establecer esa oposición, diremos que, a diferencia de Lugones, cuando Almafuerte escribe, lo hace obedeciendo a una necesidad emocional. Esta diferencia elemental está basada en una rivalidad ilustre: lo clásico contra lo romántico. Almafuerte, como todo poeta romántico, está cerca de su obra y, por consiguiente, del lector. Los “Siete sonetos medicinales” pueden ser –y son– leídos como el paternal esfuerzo de un maestro por sacarnos del barro. Con menos excelencia técnica o retórica que Lugones, sólo ha escrito sobre temas sentidos íntimamente.

Pero podemos ir más lejos en estas conjeturas por oposición. Lugones es un gran artífice, un homme de lettres, un escritor con oficio. Almafuerte no profesaba esa estética del arte como un juego complejo, cuyas reglas hay que descubrir continuamente. Fue un poeta genial. Entiéndase por esto, un poeta instintivamente bueno, sin oficio, sin consciencia de las leyes técnicas de la literatura (o desdeñándolas).

Los poetas trabajan con el lenguaje. Y con él, y lo que tengan para dar, labran sus versos. Lo que Almafuerte tenía para dar era una proverbial fuerza, por momentos violenta. Si se propone levantarnos del suelo, no teme rayar con la crueldad.

Para concluir, cito unas palabras de Almafuerte, sobre Lugones: «Quiere rugir y no ruge. Es un Almafuerte para señoras».

lunes, abril 25, 2011

La sombra de Heidegger


Seis meses hará que vimos, con mi padre, Triumph des Willens, esa terrible y maravillosa película de propaganda nazi. Mi padre me dijo, casi con vergüenza: «¿Cómo pudo ocurrir esto?». No era una exclamación, era una pregunta; con más de cincuenta y cinco años, reconocía no saber qué coyuntura política, social y económica dio lugar al Tercer Reich. Le describí la república de Weimar, la inestabilidad económica, la debilidad del estado luego de la Primera Guerra. En medio de mi explicación, trastabillé y caí de bruces. Tuve que reconocer que yo tampoco sabía cómo había podido ocurrir.

Poco después, encontré La sombra de Heidegger de José Pablo Feinmann. Un libro esclarecedor. Dieter Müller, el protagonista, es un estudiane de filosofía en Friburgo, bajo el rectorado de Heidegger. Müller es nazi y, como tal, cómplice de las atrocidades conocidas. Pero carece del odio que caracteriza al pueblo nazi. Es, digamos, un nazi circunstancial.

El libro nos ayuda a comprender esa situación incomprensible. Sentimos el caos de aquellos años. Transcribo algunos pasajes:

“Temían a los judíos, a quienes, prolijamente educados, prolijamente asustados, identificaban a la vez con los comunistas y con los dueños de las finanzas, los poseedores del dinero que faltaba a los alemanes hambrientos”.

“Los comunistas no conocen El Capital. […] El comunismo no se expande porque los proletarios lean los tomos oscuros, impenetrables de su dios ideológico. Se expande por la oratoria explosiva de sus dirigentes. […] Si la oratoria valía más que los libros, si la oratoria encendía el odio, y el odio la decisión de matar, la victoria, también por esto, era del Führer: no había en Alemania otro orador como él.”

“Wessenberg no era nazi pero era algo peor que eso: un alemán asustado. Quería orden en Alemania y sabía que sólo Hitler habría de traerlo.”

“Hitler devolvió a la patria su orgullo, […] la levantó del socavón, del hueco cenagoso del Tratado de Versailles, […] dio vitalidad a sus industrias, […] señaló a los culpables de la derrota y nos enseñó a odiarlos, a injuriarlos, […] denunció a quienes traficaban la patria al costo del hambre de su pueblo. “

Estos y otros pasajes nos permiten sentir la situación. Sentir su desorden, su caos.

domingo, abril 24, 2011

Introducción

Los libros pueden ejercer como motores del pensamiento. Pocas veces he leído un libro sin que me asaltara luego alguna reflexión que quisiera comunicar. Esas reflexiones protagonizarán este blog.

John Donne ha dicho que nadie duerme en la carreta que lo conduce de la cárcel al patíbulo, y que, sin embargo, todos dormimos desde la matriz hasta la sepultura. Sabato deduce de esto que una de las misiones de la gran literatura es la de despertar al hombre que viaja hacía el patíbulo. Resta decir que todos somos ese hombre.