El junio de 2016, poco después de publicada la novela, Mairal asistió a un evento en la Universidad Nacional de San Martín, dedicado a la poesía y la tradición. Allí contó una anécdota: cierta vez, a un amigo suyo, que llevaba un blog sobre su experiencia en los Estados Unidos, le recomendó que escribiera una novela a partir de su crónica. El amigo siguió su concejo y le envió poco después un fragmento para que lo comentara. El texto, tan natural en su primer intento, ya no era el mismo: donde antes decía «cara» ahora decía «rostro», etcétera. Había perdido eso que Mairal había descripto como «escritura viva».
La última novela de Pedro Mairal, La uruguaya (2016), narra un martes en la vida de un hombre de mediana edad que, asfixiado, abandona su hogar y a su familia, mujer e hijo, su rutina, para ir a vivir una aventura al Uruguay. Por sobre la situación sentimental del personaje, por sobre sus reflexiones acerca de la paternidad y la clase, por sobre la relación dinero-lenguaje (que abarca algunas de las páginas más interesantes de la novela), me interesan dos aspectos: el estilo inventivo, casi lírico, de la prosa y las ideas del personaje, un escritor profesional, sobre la novela como género. Cabe aclarar que el personaje, Lucas, es un escritor bastante conocido, que recibe un adelanto en dólares por dos libros; entre ellos, una novela que aún no ha empezado a escribir. Debe escribirla «como pagando una deuda» (p. 144). Proyecta una novela ideal; escribirá otra muy distinta, pero concreta.
«Pólvora
verbal»
En primer lugar, pese a lo aparentemente mundano
(apariencia trabajada, desde luego) del argumento, la prosa está llena de
creaciones verbales, es rica en cronolectos y sociolectos que Mairal toma,
desfigura y renueva; y no se ve además ninguna solemnidad en ella: el narrador
juega con el lenguaje como en un blog, como en Twitter, como en un mail a un
amigo. Esto último se justifica por el destinatario del discurso ficcional (o
el narratario, si nos remitimos a términos narratológicos), su ex mujer, a la
que confiesa sus aventuras sexuales.
Para mitigar la pretensión literaria –como dije, invisible
en La uruguaya–, una de las técnicas
más usadas en la novela consiste en las variaciones sobre un tema: el narrador de
vez en cuando choca en su discurrir con algo cuya descripción no puede agotarse
en pocas palabras. «Cuando se escribe, creo, es difícil convencer al lector de
que una persona es atractiva» (p. 37). A esa dificultad (que puede ser aplicada
en un sentido general: es difícil convencer al lector, punto) Mairal responde con
estas insistencias. Véase, por ejemplo, las dos páginas en las que difama
irritado a todos los «médicos hombres». Allí, como muchas veces a lo largo del
relato, formula y reformula ideas vecinas sobre un mismo objeto; estas
insistencias tienen la impronta del juego verbal, de la injuria creativa:
Hijos de puta, abusadores
matacaballos, carniceros prepagos, sumando comisiones de cesáreas innecesarias,
atrasando la operación para después de su semanita en Punta del Este,
maltratadores seriales, ladrones del tiempo y la salud, ojalá les llegue un
infierno eterno de sala de espera con revistas pegoteadas, aprovechadores
parados en su columnata griega (pp. 27 y 28).
Varios enunciados cortos seguidos de comas, variando –insistente,
catárticamente– sobre un solo tema. Esta
es la versión Mairal de la «escritura viva», la escritura de blog: lúdica, sin vanidades,
sin imparcialidad. Ahora bien, la parte viva
en estos artificios es –como siempre en la literatura– ficticia. El criollismo
de la gauchesca no respondía a la realidad discursiva de los gauchos, sino a la
invención de los autores; las novelas de la transculturación no reprodujeron el
mestizaje, sino que lo recrearon; tampoco La
uruguaya habla una lengua viva, sino que la renovación de ciertas
posibilidades narrativas, nacidas además con el nuevo siglo, la hacen parecer
viva (lifelike).
La «novela
total»
El personaje es un joven escritor argentino, de cuarenta y
cuatro años, que no haríamos mal en imaginar con las características físicas
del propio Mairal. Este escritor (Lucas, el personaje) planea una novela. En
ella contará –proyecta– la historia de un hombre de mediana edad que,
asfixiado, abandona su hogar y a su familia, mujer e hijos, su rutina, para ir
a vivir aventuras al Brasil. Hasta aquí, el argumento es un calco. Así describe
el proyecto: «mucho sexo, y lanchas por los grandes ríos y contrabando, drogas,
chamanes, balazos (…), ése iba a ser mi Ulises (…), mi novela total» (p. 62);
en su escapada al Uruguay vemos una especie de reducción de aquello: el
contrabando se reduce a una evasión de impuestos (quince mil dólares ocultos en
un cinturón de viajero); las lanchas y los grandes ríos se reducen al Buquebús,
tan tranquilo que adormece; los balazos se reducen a unas patadas; el sexo, a
la persecución frustrada del sexo.
Ahora bien, hacia el final de la novela, el «gurú»
literario del personaje le aconseja que escriba, en vez de la historia de
contrabando y tiros, sobre lo que le pasa en ese momento, es decir, que escriba
La uruguaya. El personaje no
toma en serio la sugerencia, pero luego comenzará, evidentemente, la narración.
Hay en esto una reflexión acerca del posicionamiento del escritor respecto del
canon. El paso de la ambición de la «novela total», que asocia en el relato con
el Ulises de Joyce o el Gran Sertón de Guimarães Rosa, a la
novela escrita.
«¿Cómo
voy a escribir con mi hijo colgado de mis pelotas, leyendo a diez mil alumnos a
la vez, dando clases…? ¿Qué carajo voy a escribir así?», pregunta el escritor. «Escribí
sobre eso», responde el gurú (p. 145). Este personaje (al parecer, basado en
Félix Della Paolera) da inicio a una serie de reflexiones paralelas, cuya
relación queda a cargo del lector. En el Uruguay, el personaje compra un ukelele
como regalo para su hijo, aunque luego él mismo aprenderá a tocarlo. Dirá: «Entendí
que prefería tocar bien el ukelele que seguir tocando mal la guitarra, y eso
fue como una nueva filosofía personal» (p. 154). La guitarra no es relevante en
la novela, salvo como una frustración más, latente como algo externo al relato,
pero que, según nos sugiere el narrador-personaje, tiene importancia en su vida
cotidiana. Abandona entonces la guitarra, el instrumento ideal, y así lo
explica: «siempre me quedó grande (…), demasiadas cuerdas para tener en
cuenta, demasiadas notas en ese puente» (p. 153; el resaltado es mío). Ese
«quedar grande» pareciera ser la clave para entender el alcance de su
revelación: la vida que llevaba antes del viaje le quedaba grande, y vuelve de
su aventura resuelto a terminar con esa situación; lo mismo aplica a la
guitarra y a la novela.
Pedro
Mairal, La uruguaya. Buenos Aires:
Emecé, 2016. 167 páginas.