A Daniel González Dueñas
Borges dijo de Lugones que “rara vez un sentimiento fue el punto de partida de su labor”. Es posible concebir a Almafuerte como el opuesto de Lugones. Para empezar a establecer esa oposición, diremos que, a diferencia de Lugones, cuando Almafuerte escribe, lo hace obedeciendo a una necesidad emocional. Esta diferencia elemental está basada en una rivalidad ilustre: lo clásico contra lo romántico. Almafuerte, como todo poeta romántico, está cerca de su obra y, por consiguiente, del lector. Los “Siete sonetos medicinales” pueden ser –y son– leídos como el paternal esfuerzo de un maestro por sacarnos del barro. Con menos excelencia técnica o retórica que Lugones, sólo ha escrito sobre temas sentidos íntimamente.
Pero podemos ir más lejos en estas conjeturas por oposición. Lugones es un gran artífice, un homme de lettres, un escritor con oficio. Almafuerte no profesaba esa estética del arte como un juego complejo, cuyas reglas hay que descubrir continuamente. Fue un poeta genial. Entiéndase por esto, un poeta instintivamente bueno, sin oficio, sin consciencia de las leyes técnicas de la literatura (o desdeñándolas).
Los poetas trabajan con el lenguaje. Y con él, y lo que tengan para dar, labran sus versos. Lo que Almafuerte tenía para dar era una proverbial fuerza, por momentos violenta. Si se propone levantarnos del suelo, no teme rayar con la crueldad.
Para concluir, cito unas palabras de Almafuerte, sobre Lugones: «Quiere rugir y no ruge. Es un Almafuerte para señoras».
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